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lunes, junio 19, 2006

Barcelona nunca se acaba

Lunes por la mañana. La alarma del celular me despierta. Lo abro para apagarlo y caigo en la cuenta: es una llamada. Uno de los cuatro lugares a los que envíe curriculum me llama para concertar una entrevista. Anoto los datos rápida, y me temo que incorrectamente, y vuelvo a dormir. De última llamo de nuevo el día de la entrevista para "confirmarla".

Me levanto, salgo a comer a Pans & Co (ya van tres veces seguidas, no es que sea tan bueno, pero es más barato que un restaurant...), y cuando regreso agarro mi equipaje y me traslado hasta el hostal. Dejo las cosas, charlo con el recepcionista (Mariano, argentino, reside en España desde hace tres años), y salgo a dar una vuelta. Que se haría un poco larga y muy interesante.

Decidí que conocer las playas sería una buena idea, para recontextualizar a Barcelona. Aún no había visto el mar, ni siquiera durante el aterrizaje, y por la actividad y la edad de sus edificios hasta hoy la ciudad tenía un aire a Buenos Aires. Todo eso cambiaría definitivamente hoy.

Caminé hasta la Rambla, la crucé y me interné por la Ciudad Vieja. Es un laberinto de callejuelas oscuras, con muchos edificios abandonados y mucho, mucho silencio. Continué en la misma dirección y me interné en la Ciudad Gótica. Sinceramente, no vi demasiada diferencia, salvo que las calles de esta última son un poco más anchas. Todo lo que se me enseñó en la escuela sobre el estilo gótico es falso, ya que no pude reconocer ni uno solo de sus atributos en las edificaciones del lugar. Caminé doblando una y otra vez, intentando recorrer todas sus calles.

Fotos de Ciudad Vieja y Barrio Gótico:
















Salida del Barrio Gótico, con vista a la costa:



Finalmente salí de la ciudad gótica, frente al Maremágnum. Debo aclarar que se trata de un puerto tan grande que es imposible ver el mar desde allí, así que seguí la línea costera, con rumbo noreste, rodeando el puerto. Muchas cuadras después, doblando a la izquierda, me encontré con un paisaje totalmente nuevo. La Barceloneta sobre la izquierda, una rambla (no confundir con la Rambla, ni con la Rambla de Raval :) ) sobre el centro, unas playas angostas sobre la derecha, junto a un mar color plateado oscuro (hoy el día estaba también nublado). Caminé, y caminé, y caminé, hasta llegar a otro puerto, con aún más veleros que el anterior, crucé y dudé ante la posibilidad de entrar a la Villa Olímpica. Como se estaba haciendo tarde, y el camino de regreso iba a ser considerable, decidí dejarla para otra ocasión (la Villa Olímpica en el Mont Juic me había desilusionado, de todas maneras).

Primer puerto, junto al Maremágnum




Callejón en un museo ubicado junto al Maremágnum:


Barceloneta




Paseo junto a la playa:



Segundo puerto


Hay un par de barcos aquí también:


Otra playa, cerca de este último puerto:


Una plaza, junto a la Villa Olímpica. Casi en todas las plazas hay esta alfombra amarilla:


En la misma plaza:


Cerca del Casino y de la Villa Olímpica:


Regresando, entre Barceloneta y la Villa Olímpica:




Caminé por una segunda rambla, evidentemente diseñada para las Olimpíadas, doblé hacia la costa, y me interné en la Barceloneta. Este barrio, que parece ser relativamente reciente (digamos, no más de cien años), tiene la particularidad de consistir en manzanas muy delgadas (unos diez metros) y muy largas (unos 150 metros). El barrio es completamente regular, y da una sensación rara cruzar diez calles en un minuto, pero es así.

Totalmente agotado, subí hacia el hostal, que está a metros de la Rambla de Raval. Entre la Rambla y la Rambla de Raval hay unas cuadras que despiertan cierta desconfianza, sobre todo debido a la presencia de mallorquíes, cuyas caras meten miedo si no estás acostumbrado a ellas. Para peor, esta vez me metí por una callejuela donde todo era prostitución, había mujeres a la venta desde los 30 hasta los 80 años (les juro), algunos turistas tan desprevenidos como yo, y algunos cafishios que esquivé tanto como pude.


El Barrio de Barceloneta:








El Maremágnum, de lejos:


Cerca de la Rambla:


La Rambla:




En el hostal de nuevo, conocí a otro argentino, que hace pinturas en el suelo, y que busca ganarse la vida con eso en Benidorm. Es su último día acá, y, como yo, no conoce casi nada (aunque pasó 15 días en Madrid antes de venir). Y este me presentó a otro argentino más.

De esta manera, finalmente, llego con mi relato al momento actual. España acaba de darle vuelta el partido a Túnez, el hostal está lleno, y más de la mitad habla español (no estoy muy seguro de si eso es bueno o malo). Ahora debería salir a comer algo, parece que aquí a la vuelta se consiguen unos sandwiches (bocatas) enormes, con relleno a elección, por dos euros. Veremos...

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