Continuaré donde lo había dejado en el post anterior.
La visita del lunes a las 20 resultó ser un fiasco. La mujer llegó media hora tarde, y cuando finalmente llegué al piso, me encontré con un lugar amplio, viejo y luminoso. La habitación era muy pequeña, pero habitable. De las dos personas que viven ahí, sólo había una (la mujer estaba encargada de alquilar el piso, pero no de vivir allí). Bueno, esta persona que estaba allí era un hombre de unos 30 años que ni siquiera respondió a mi saludo, y cuya vida parecía estar orientada a vivir encerrado con su portátil utilizando MSN. Eso me dio mala espina. Peor fue cuando la mujer me explicó las reglas del piso. Una era que, si uno traía alguna visita, esa persona tenía que ir directo a la habitación, ya que si utilizaba alguno de los otros ambientes yo debería pagar una multa de 100 euros. Si iba varias veces, se entendía que estaba viviendo allí y habría que pagar el alquiler de esa otra persona. La verdadera propietaria del piso dormiría allí de manera esporádica. El televisor no era del piso, así que su uso dependía de la buena voluntad del tipo del MSN. Lo peor, tal vez, de todo, fue cuando me di cuenta de que la aplicación y sanción de estas reglas no dependía tanto de las visitas sorpresivas de esta mujer que me hablaba, sino de las llamadas telefónicas que el loco del MSN hacía a la dueña de la propiedad (amiga suya).
Luego de esto, y habiendo ya visto un par de antros, uno de ellos con una familia peruana supernumerosa viviendo allí, sinceramente el panorama no era muy alentador. Decidí esperar al martes, cuando tenía arreglada ya una visita a un piso.
El martes, después del trabajo, intenté llamar para confirmar la cita. Eso fue una buena decisión, porque la persona que me mostraría el piso me dijo que ese día sería imposible. No sólo había estado a punto de quedar plantado, sino que también me dio la sensación de que repetiría esa última experiencia del lunes. Así que volví al piso y me fui a cenar con Emily, la americana.
Ese día había sido raro. Cuando me levanté por la mañana y escuché ruido de lluvia, no lo podía creer. Si bien en agosto fue común ver nubes y hasta lloviznas por la tarde, las mañanas siempre habían sido mucho mejores. Pero sí, llovía. Llovió todo el día. Y cuando salí por la noche con Emily, llovía bastante. Buscando un lugar para comer, fuimos yendo a la deriva por las calles cercanas a Plaza España. Como estaba empezando a llover fuerte, nos metimos en un restaurante árabe y cenamos. El problema fue al salir, llovía muchísimo (aunque sin viento, a diferencia de cuando viajé a Cantabria), y Emily tenía un paraguas pequeño del que me convenía alejarme, ella tenía buena intención y quería cubrirme, pero me quedaba medio cuerpo afuera y todo lo que el paraguas juntaba de agua me caía en la cabeza. De todas maneras, ya estaba empapado. Era sólo lluvia, claro, pero no había nadie en la calle y los dos estábamos sumamente perdidos. Además, no había ningún lugar abierto para refugiarnos, ya que nos habíamos ido del restaurante porque estaban cerrando y ya era muy tarde. Así que caminamos hasta encontrar a una chica, totalmente empapada, que nos dijo que estaba caminando porque el metro la había dejado una estación antes: la Plaza España estaba inundada. Pero bueno, llegamos finalmente, riéndonos y chorreando agua fría.
Con respecto al alojamiento, decidí cambiar de estrategia, y esa noche publiqué un anuncio en Loquo.com hablando un poco de mí, y dejando claro qué era lo que estaba buscando.
El miércoles también amaneció lluvioso (llovería un tercio de lo que llueve en todo un año en Cataluña), y un tanto problemático. En Plaza España no funcionaba ninguna de las dos líneas de metro que pasan por allí, así que tuve que esperar una media hora hasta que se normalizara el servicio. Como todos los días, bajé en Plaza Cataluña y me subí al tren, que por suerte no tuvo ningún inconveniente (muchas líneas de trenes no funcionaban, hubo gente que tardó 14 horas para hacer 200 kms.). Por la tarde, me llamó una mujer que había leído mi anuncio y quería arreglar para que viera el piso. Quedé para las 19:30, y luego me llegó un correo por el mismo motivo que no respondí en ese momento.
Fui a ver el piso y, como dicen aquí, flipé. Es un ático en la zona de Horta (ya pondré mapa), un cuarto (y quinto, tiene escalera interna) piso con una terraza pequeña y otra enorme (a la cual puedo acceder directamente desde mi habitación). El lugar está como nuevo, tiene muchos ventanales y una sala de estar magnífica. Lavadora, secadora, dos heladeras (neveras) pequeñas, internet, cocina, microondas... Todo el piso tiene cuadros de Mai, la mujer que me llamó. El piso es para compartir únicamente con ella, lo cual reduce mucho la posibilidad de que haya problemas de convivencia. Mai(te) tiene 33 años, se dedicó a la pintura con éxito hasta que se asqueó del mercado del arte y de los compradores de cuadros. Así que ahora hace documentales para circuitos alternativos. Es supersimpática, muy inteligente y culta, y nos quedamos conversando un par de horas. Así que, finalmente, ¡tengo habitación!
Ubicación del nuevo piso, del viejo y del trabajo. Hay que hacer clic sobre la foto para verla más grande (y en Windows XP, hacer luego otro clic más):
Puerta ventana de la habitación, en la planta alta (el piso tiene dos plantas):
Vista saliendo de la habitación, hacia el noreste:
Desde la esquina de la terraza, hacia el sudeste:
Desde el mismo lugar, hacia el noreste:
Hacia el norte:
Hacia el noroeste:
Hacia el oeste. Se ve el Tibidabo, con la iglesia, pequeño, en el punto más alto:
Hacia el sudoeste:
Entrada al departamento (planta baja del departamento, cuarto piso del edificio):
Cocina:
Desde la mitad interior de la sala de estar, hacia la mitad luminosa:
Dentro de la parte luminosa de la sala de estar. Hay TV, DVD, surround, y una terracita:
Desde el mismo lugar, pero hacia el interior:
De regreso en lo de Estefanía conocí a dos francesas que vienen por Erasmus (todos los que están allí buscan habitación, no sé si lo dije), e intenté hablar un poco con dos polacos que vienen por lo mismo pero no saben nada de español y casi nada de inglés. Emily, la americana, habla polaco, pero no ha hablado con ellos. También hay un peruano, pero tengo mis reservas sobre él, me parece de poca confianza. Algo que me parece raro es que nadie inicia una conversación con nadie, es decir, nadie da el primer paso. Yo simplemente pregunto de qué país es la persona (en el caso de las francesas, de qué ciudad, ya que el país es obvio), y enseguida se ponen a charlar. No me queda muy claro por qué esto es así, pero en todo caso hace que sea mucho más fácil conocer gente, no parecen estar acostumbrados a que alguien se interese por ellos, o tal vez sea alguna norma de buena educación que me estoy saltando.
Sea como sea, extrañaré de ese piso esta facilidad para conocer gente e iniciar posibles amistades. De todas maneras, es probable que Estefanía me invite cada tanto a ir un rato. Y ya he quedado con Emily para salir alguna noche a las fiestas de la Mercé, que son las fiestas de la ciudad de Barcelona. Son dentro de unos días, duran una semana, el metro funciona toda la noche y hay al menos 800 espectáculos de teatro, música, etc., gratuitos, tanto en la calle como en lugares techados y hasta en el Fórum. Dicho sea de paso, María José, una andaluza muy simpática que trabaja conmigo, me ha invitado a ir a la fiesta del pueblo en el que vive, Moulins de Rei, donde preparan un camello que cubre la mitad superior del cuerpo de quienes lo guían, y tiene la particularidad de tener un lanzallamas en lo que sería su boca, que escupe fuego por encima de la cabeza de los niños que van, en corso, bailando debajo. Es algo un tanto peligroso, y se recomienda llevar ropa que uno no aprecie mucho, o al menos estar cerca de los coches de bomberos que te mojan en cuanto te comienzas a incendiar. Luego, por supuesto, se puede bailar en la calle o en un bar durante toda la noche.
Importante: las notas nuevas se encuentran aquí, junto a una copia de todo este sitio.
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