Hace unos días que no escribo nada, la verdad es que es porque las últimas dos semanas no fueron demasiado buenas.
Yo estuve estos dos últimos meses compartiendo habitación con una checa. Esta habitación se encontraba en un piso del barrio de Congrès, donde también vivían un valenciano, una catalana y un madrileño, los tres estudiantes. La catalana, de mi edad, había logrado después de mucho esfuerzo venir a estudiar a Barcelona (no tiene ningún tipo de ayuda de los padres), y había alquilado una habitación en este piso en marzo. El valenciano y el madrileño comparten una habitación con camas litera ("marineras" en Argentina, creo). Tanto el madrileño como la catalana son personas super macanudas y a la vez racionales. El valenciano, que además goza de una posición de privilegio (y responsabilidad) al ser el verdadero inquilino del piso, ya parecía un tanto problemático el primer día y demostró serlo en cuanto se fueron el madrileño y la catalana de viaje. Al parecer, estaba acostumbrado a que ambos (y especialmente la catalana) fueran detrás de él recogiendo y lavando sus cosas. El primer problema surgió cuando él se fue de viaje por varios días. Nos había dicho que volvería al día siguiente, y como se había dejado un pantalón colgado afuera no lo recogimos. No volvió, y cuando vio su pantalón afuera se enojó por todo lo alto y lo bajo. Otro problema era a la hora de limpiar, cuando lo hacía él dejaba todo sucio pero cuando lo hacía cualquier otro venía y te decía que utilizaras el producto X para esta superficie, el Y para aquella otra, que usaras más presión del agua para lavar los vasos, etc. Yo estuve sin decirle (casi) nada todo el primer mes, pero el segundo mes ya no le tuve tanta paciencia, y cuando él se peleó vía telefónica con su pareja, con llantos ("rompe mis fotos"), amenazas ("le voy a contar toda la verdad a tu madre, eres una mentira") y gritos ("eres un cabrón", fue lo que dijo: con esto le gané una apuesta de palabra a la checa), lo poco que quedaba de respeto en su trato con nosotros desapareció. Por suerte esto fue durante las últimas dos semanas, y aunque la checa y yo teníamos pensado pedirle de quedarnos (pagando) una semana más, lo mejor fue irnos el 2 de septiembre.
Conseguir una habitación doble ese sábado fue muy difícil. Quedamos en una habitación de 30 euros la noche, con derecho a todo (aunque la lavadora no funciona), y seguimos con mayor o menor normalidad hasta el miércoles. Esa noche fue la despedida de la checa, y nos juntamos con la catalana y su novio (la catalana decidió "olvidarse" de invitar al valenciano, aunque supuestamente iba a ir, después de las disculpas que nos pidió el último día). El jueves por la tarde ya quedé solo otra vez. A diferencia de cuando llegué aquí, ya tenía trabajo, conocía mucho mejor la ciudad, y tenía algunos contactos y conocidos (de amistades, creo que sólo la checa). Pero, por otra parte, conseguir otra amistad me parecía que sería más difícil esta vez.
El viernes di comienzo al fin de semana negro con un acto de terrible estupidez por mi parte. Al desayunar decidí ir al banco más tarde, y cuando me acordé todos los bancos habían ya cerrado. Eso no sería problemático si no fuera porque tenía 10 euros, y ninguna posibilidad de extraer dinero del cajero automático, ya que el Banco Santander había tardado un mes en hacerme llegar la tarjeta y todavía no tenía el código (aún peor, si alguien recibía el código, esa persona sería el valenciano, y las posibilidades de que me avisara, siendo que me debía algunos euros, eran casi nulas). Para peor, el lunes sería feriado, y los bancos tampoco trabajan. El lugar donde estaba parando no aceptaba tarjetas de crédito. Así que mis posibilidades se reducían a mudarme a un hostal que las aceptara, y vivir yendo a McDonalds (aquí casi nadie acepta las tarjetas de crédito, aviso, y ni hablemos de los cheques de viajero). Peor aún, mi plan para este fin de semana largo era sacrificar la playa y dedicarme a buscar una habitación. Este plan ya no servía, ya que no tenía forma de pagar el depósito y el primer mes antes del martes, cuando abrieran los bancos.
Contando las horas para que terminara mi jornada de trabajo, decidí ir a las Ramblas a probar suerte en los dos bancos que hay en ellas y que se dedican a estafar a los turistas con sus comisiones. Así que fui hasta allí, y descubrí que sólo cambian dinero, no hacen ningún tipo de operatoria con cuentas de banco. Así que no tenía más que 10 euros. Volví a la habitación que alquilo, y calculé que tendría 32 euros si cambiaba los dólares y pesos que tenía dando vueltas. Aún no alcanzaba para pagar los tres días, y no quería irme a un hostal.
Para recuperar algo de margen, le reclamé la deuda al valenciano y fui a cobrarla. Estuvimos hablando un rato, él me contó que lo habían despedido por llegar tarde (tenía la particularidad de quedarse siempre dormido y no escuchar ningún despertador, aunque todos los demás nos despertáramos. La catalana solía sacudirlo hasta que se despertara, pero un día igual se quedó dormido, y cuando se lo reprochó, la catalana le dijo que ella no era su madre y que ya era grandecito para levantarse solo. Después de eso, nadie hizo nada por despertarlo nunca más, y él no tuvo mucho éxito con eso). Yo le conté mis desgracias, y me volví a la habitación, ya con 90 euros, que con un poco de buena voluntad por parte de Estefanía me podría alcanzar para llegar al martes.
El sábado me levanté muy deprimido, y hablando con Estefanía (sin mencionar para nada el tema del dinero), ella me preguntó si me podía pasar a una cama en otra habitación, que sería mucho más barata. Por supuesto, acepté, y mi suspiro significó para mí: llego al martes. Creo que es muy difícil imaginar la situación de estar en una ciudad donde conoces a poca gente, no tienes dinero, tienes una habitación temporal, estás de repente solo, y lo único que tienes es una tarjeta de crédito, también sin código para usarla en el cajero, en la cual no sabes cuánto dinero hay.
De todas maneras, y para mostrar que en Barcelona es imposible estar mal durante más de un par de días, a la tarde tuve la sorpresiva llamada del valenciano, que me dijo que tenía desde hace un par de días una carta del banco (y que no me había dado el viernes, por cierto). Le pedí que la abriera, y ahí estaba: el código, que me dio por teléfono y yo le agradecí lo más efusivamente que pude.
Además, también me di cuenta que era muy difícil estar solo en Barcelona mucho tiempo, salvo que uno quisiera. Estos días había entablado una buena relación con una alemana muy bonita (que ya había partido), una gallega, una pareja italiana y una norteamericana de 35 años. Los italianos, por la noche del domingo, me invitaron a acompañarlos a la fuente de Mont Jüic, y yo a mi vez invité a la americana, así que nos fuimos los cuatro a ver el espectáculo de luces. Lamentablemente, me quedé sin pilas en mitad del show, así que tengo pocas fotos para mostrar (y lamentablemente no salió justo en la que fotografiaba a los italianos y a la norteamericana). La verdad es que el show de luces está buenísimo, creo que la dimensión de la fuente no se ve en las fotos, pero para darse una idea es del tamaño de la de Mar del Plata. Sólo que, en vez de una docena de tristes chorros, ésta tiene una variedad de efectos y chorros impresionante. No sé cómo, pero logran simular una bruma espumosa, acompañada de unas formas espiraladas y unas columnas sólidas de agua que se elevan al menos treinta metros. Todo esto casi sin mojar a nadie, y acompañado de varios efectos de luces, donde pueden con total libertad iluminar de una manera la parte inferior y de otra la superior. El espectáculo tiene momentos en los que el agua se sincroniza con Tchaikovsky, y otros en los que todo sucede en silencio. Mientras dura, varios buscacielos iluminan desde detrás del castillo, todo el camino hasta la Plaza España se llena de fuentes en hilera que marcan el camino, y la misma Plaza España cobra vida, ya que el monumento se ilumina y además se enciende la llama que sólo en estas ocasiones aparece en la parte superior.
Yendo desde Plaza España hacia Mont Jüic. Y sí, todas las fotos están movidas:
La fuente:
De allí, los italianos se volvieron al hotel y yo me fui a cenar con la americana, una persona muy interesante, que ha vivido 10 años en Sevilla y trabaja de traductora simultánea, especialmente en lo que atañe a productos farmacéuticos, y que ahora está buscando una casa para alquilar en las afueras de Barcelona. Cuando regresamos, me quedé un rato con Estefanía, que luego de publicar un anuncio en un sitio de contactos (y sobre el cual habíamos hablado y nos habíamos reído un buen rato), estaba recibiendo una avalancha de llamadas en su celular.
Así que aquel que quiera conocer a gente sin esfuerzo, le recomiendo una de estas tres alternativas:
- Ir a un hostal, o habitación de alquiler por día, y hablar con todo el que se cruce.
- Ir a la Plaza Cataluña, y pararse junto a la salida del metro (yo estaba esperando a alguien realmente). Toda turista que se precie te preguntará dónde están las Ramblas, aunque se encuentren a la vista (por cierto, los únicos turistas que me consultaron eso de manera poco cordial fueron dos argentinos de mediana edad, que me tomaron por español).
- Alquilar un piso, y subalquilar una habitación por períodos cortos.
Y hoy lunes, me pasé un buen rato en el metro, yendo de un extremo a otro de la ciudad para ver habitaciones. Ya no quiero salir más, aunque a las 20 tengo que ver una que parece muy prometedora. Pero de todas maneras se está muy bien aquí, ojalá la lavadora funcionara y hubiera una plancha. Ya veremos.
Importante: las notas nuevas se encuentran aquí, junto a una copia de todo este sitio.
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